Prudencia, bicicletas y máscaras. Lo peor de la crisis del Covid-19 parece haber pasado y el país se predispone a recomenzar. La mañana en mi barrio en el día de la apertura.

Pinta tu aldea y pintarás el mundo. Milán se abre luego de 72 días en busca de un nuevo comienzo. La vuelta a la normalidad se desarrolla en un soleado día de primavera, de esos donde todavía no hay mosquitos y el sol acaricia pero no quema. Italia ya no es más el país con más muertos y más contagios y perdió su protagonismo en los titulares de los diarios del mundo. Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Brasil, son ahora el nuevo foco de Covid a nivel global y las salas de terapia intensiva de los hospitales lombardos se fueron vaciando piano piano. Según los últimos datos publicados ayer, las infecciones actualmente en curso en Italia son 68.351 (-1.836 en comparación con el sábado). El número de muertos, 145, es el más bajo desde el 9 de marzo. 

Milán reabre pero mi barrio no es el mismo. En el pequeño centro histórico de Bruzzano, periferia norte de la ciudad, hay negocios cuyas persianas siguen bajas. Más de 800 mil actividades y servicios comerciales tienen el permiso para abrir hoy pero sólo siete de cada diez lo hará efectivamente. En toda Italia, el sector comercial es el más afectado por el cierre compulsivo: 240 mil negocios sobre 430 no abrirán hoy.

Mientras en Bruzzano algunos vuelven al trabajo, en el centro una manifestación frente al Comune reclama ayudas.

Me tomo un café rápido en casa, me baño y salgo a la calle. Hoy puedo caminar sin la sensación de estar haciendo algo incorrecto.

Camino al bar

El bar era uno de los lugares que más nos había faltado. Hago la vuelta del perro y paso por los cuatro bares del barrio: todos abiertos. El que tiene espacio afuera pudo sacar algunas mesas y garantizar el servicio, los más pequeños sólo pudieron dejar una sola mesa. Puertas para entrar, puertas para salir, marcas en el piso a las que todavía no estamos acostumbrados, paneles de plástico y nuevos ritos posmodernos de higiene, distancia y precaución acompañan nuestros movimientos faltos de espontaneidad. En muchos lugares te toman la temperatura, en casi todos, se hace cola.

La providencia me bendice con una mesa desocupada en uno de ellos. Me pido un cappuccino de soja con cacao y una brioche de manzana. Pago 2,90 euros que me dan derecho a ojear un poco el diario.  Le pregunto a la barista cómo viene el día. Poca clientela, dice.

Saboreo la libertad y el café, y sigo.

Voy hasta el cajero automático quien me advierte de higienizarse luego de usar el teclado. En el correo hay poca gente, ya que todos usan la App para esperar su turno en casa. Voy al kiosco y me compro una revista. Pago con dos monedas de dos euros. Grazie mile me dice el vendedor de buenas y malas noticias que sabe perfectamente qué lee cada uno y de qué lado está cada uno.

Todos los peluqueros del barrio estaban ocupados desde temprano y lo seguirán hasta tarde ya que el gobierno permitió la extensión de los horarios debido a la gran cantidad de melenas sin acicalar. Sólo una persona a la vez, la espera para un turno requiere semanas. Yo me corto el pelo sola y pese a los pésimos resultados, la costumbre hace la norma.

Abrió la biblioteca y en el centro también lo hicieron algunos museos. Volveré a alguno de estos templos del arte en los próximos días. Abrieron también las iglesias y vuelvan las misas pero con distancia: en los bancos de la Iglesia Beata Vergine Assunta de Bruzzano las marcas te señalan la distancia entre creyentes mientras la cercanía con Dios sigue garantizada.

Desaparecieron las grandes colas en los supermercados, aparecieron los vecinos charlando en la plaza y los intercambios de chismes en la esquina. Hay gente pero no tanta, el teletrabajo seguirá hasta junio, por lo que muchos están en casa frente a la compu. Las escuelas quedarán cerradas pero los chicos han desaparecido. Los ancianos son los verdaderos dueños de la calle.

 

Llegan los pedidos de bebidas, los nuevos matafuegos, un electricista deja sus herramientas en la puerta mientras vuelve al auto a buscar un taladro. La cuarentena será recordada como la época de oro del streaming y del delivery. En Netflix ya no queda nada por ver y ayer domingo, Amazon me entregó un paquete a las 15.50 de la tarde. Hemos perdido hasta los días sagrados de descanso.

Poca gente en la parada del autobús, poca circulación de autos, muchas bicicletas. Dentro de las novedades que se trae esta nueva etapa, estarán los incentivos del gobierno para la adquisición de vehículos alternativos para la movilidad sustentable. Hasta 500 euros se darán en descuento para aquellas personas que compren una bicicleta o algún medio eléctrico, así como financiación para los que desean cambiar su auto a un modelo más ecológico. Más de 20 kilómetros de ciclovías se inauguraron en toda la ciudad, y otras tantas llegarán antes del verano.

Pocas personas en el transporte público en una metrópoli como esta puede generar un caos vehicular inmenso porque todos utilizarían el auto. La solución señores es pedalear como en los países nórdicos. Milán quiere reinventarse: durante el fin de semana el 45 por ciento de los vehículos en circulación, fueron las bicicletas. Somos la nueva Copenhague.

El parque y el mercado

En el Parco Nord, una de las áreas verdes más grandes de la ciudad, los visitantes escasean durante la mañana. Después de las 17 y sobre todos los fines de semana, en cambio, los espacios verdes explotan de gente. El aroma a flores en primavera es una de las cosas que más espero de la ciudad. No tengo foto de esto pero les aseguro que Milán huele de maravillas en esta época del año. Siguiendo el camino de los magnolias llegué hasta la feria de frutas de los lunes. Un cerco policial establece una entrada y una salida en el estacionamiento donde se desarrolla el mercado. A medida que las señoras salen, otras señoras entran. Los bancos han disminuído, se respetan las colas, y el italiano mal hablado de los árabes se mezcla en el regateo. Un kilo de naranjas, 2 euros.

 

De vuelta a casa, me cruzo con algunos anuncios de personas fallecidas. En Italia es común colgarlos para avisarles a los vecinos de la pérdida. También se cuelgan para anunciar los nacimientos. La vida y la muerta, es también una cuestión social. Bruzzano, y los barrios aledaños, fueron los más golpeados por la epidemia del Coronavirus y durante las peores semanas de marzo el ruido de las ambulancias además de constante era angustiante. Somos la zona roja de Milán. En mi edificio también hubo un anuncio.

Hay una extrañísima sensación en el aire, una sensación sorda pero que perturba. Como dos amantes que se reencuentran después de un tiempo sin verse, el reconocimiento con el barrio deberá hacerse despacio, con delicadeza, volviendo a olfatear esos lugares tan conocidos que nos fueron privados, para apropiarlos y entrar nuevamente en confianza.

La máscara ya me aprieta las orejas, la respiración encerrada me empaña los vidrios de los lentes y el sabor a café me acompaña con una tímida taquicardia mientras vuelvo a casa. Subirán los contagios, ya lo sabemos. El tema no es enfermarse, el tema es cómo seguir adelante.

En Bruzzano se respira una leve angustia, la vuelta a la vida de todos los días es como un beso en la mejilla y una patada en la boca del estómago. La incertidumbre de lo que vendrá nos pone en ese lugar al que los humanos históricamente evitamos y al que no estamos acostumbrados: vivir como sin no hubiera mañana.