Representante del nuevo cine alemán, Rainer Werner Fassbinder tuvo una corta pero apasionada vida, dejando una vasta obra donde por lo general, las mujeres son protagonistas.
por Hayrabet Alacahan
Rainer Werner Fassbinder, dirigió 44 películas, guionó 50 y actuó en 43 de ellas. Con una trayectoria cinematográfica muy valiosa, filmó por toda Alemania haciendo un repaso exhaustivo de su país: sus problemas políticos, económicos y culturales, los desgastes ocasionados por la guerra, su porvenir, su historia, su sociedad, y la desazón del tiempo del que le tocó ser testigo.
Fassbinder supo crear y armó un mundo tan peculiar como sí mismo. Nacido en Bad Wörishofen, en Baviera, en 1945. Hijo de un médico militar y una traductora de películas, sus padres se separaron cuando era pequeño, y la ausencia de su padre marcaría fuertemente su vida, y su obra. Por lo general en sus films, no aparece la figura paterna. Empezó su carrera cinematográfica en 1969 con dos películas: El amor es más frío que la muerte fue presentada en el Festival de Berlín y Katzelmacher, que obtuvo el premio de la crítica internacional.
Las pasiones íntimas como forma de retratar una época (la de la Alemania de los años 1970 -que aún arrastra las consecuencias de la posguerra-) y dar testimonio de sus grietas económicas, políticas, morales y sexuales son los grandes temas del cine de Fassbinder, en el que casi siempre tendrá un protagonismo esencial la mujer, figura que le servirá de excusa para poner de manifiesto los mecanismos opresivos que se dan en la relación de pareja, para plantear diversas fórmulas de emancipación femenina, y para representar a la mismísima nación alemana.
Un artista único
Fue un artista temperamental e inquieto, no sujeto a escuelas ni a tendencias determinadas, respondió al asunto que lo motivaba dentro de su íntimo concepto de las cosas sugerentes y determinadas por el momento emocional. Cumplió consigo mismo, antes que con la materia -esa materia que es a veces esquiva, pero que también sabe ceder satisfacciones a quienes la dominen-, estaba tan convencido por el proyecto imaginado que jamás miraba para atrás, siempre avanzó con una velocidad desesperada y nunca pensó tomar descanso en su camino. Al respecto fue muy claro cuando dijo: “ya dormiré cuando esté muerto…”.
¿Cuántas cosas que no se ven pero ocurren en el alma de un creador? A Fassbinder se las verá, aflorarán, conscientemente o no, en su obra. Pocas veces me he planteado esta reflexión. Se está acostumbrado a valorar determinada obra como si ésta fuese actual, como si no perteneciese, en cambio, y por partes iguales, tanto al pasado como al futuro.
Con respecto a Rainer Werner Fassbinder, ese misterioso discurrir de los días ha sido con él generoso, ya que ha dejado en sus composiciones visuales, justamente, una extraña alianza entre materia y misterio, entre dependencia y libertad, entre el acierto y el error, entre eso que los entendidos definen como “homo faber” y “homo ludens”, sin descartar al imprescindible “homo sapiens”.
Porque la obra de Fassbinder se halla, ahora más que nunca, inmersa en un clima. Ya se trate de sus argumentos, de sus personajes, de sus actores, de sus técnicos, de sus adicciones, de sus amores y odios, entre otros –cosas que lo obsesionaron, lo beneficiaron y lo perjudicaron y de las que se liberaba, siquiera ilusoriamente, mediante la catarsis que significaba filmar– de una soledad al desnudo o del paisaje más caótico que ecologista, tal cual lo que veía él, reflejos de dos estados anímicos: de su alma y de su mente.
Fue un artista, dueño de una mirada vibrante, de una sensible sustancia con la que atrapaba e impregnaba con emulsiones las emociones en todas sus magnitudes. Fue un artista potente, turbulento, explosivo: cualidades que eran su forma de existir. A través de esas modalidades dejó un estilo de captar y transmitir sensaciones, estados anímicos, encuentros y desencuentros, que cautivan en su potencial, que demoran en torno a él con entusiasmo y plenitud, y que constituyen, en esencia, una luminosa y envidiable actitud ante la vida.
En la actualidad, Fassbinder responde, entonces, a la más urgente pregunta de nuestro tiempo: la del necesario equilibrio entre esencia y existencia, cuando la primera parece a punto de quebrar el exclusivo interés de la segunda. De allí el carácter melancólico y hasta nostálgico de su obra que intenta rescatar el futuro en función del pasado y no a la inversa. Sólo sabiendo que los valores estéticos –firmes, innegables- en su obra han echado raíces profundas, ávidas, en una dimensión inusual de la criatura: más en lo que no se ve que en lo que se ve.
Italia y su muerte
En junio de 1979 comienza a trabajar en el programa de televisión Berlin Alexanderplatz, que lo mantendrá ocupado durante casi un año. En octubre de ese año obtuvo el “premio Luchino Visconti” de los críticos de cine italianos. Lili Marleen se filma entre julio y septiembre y se presenta en el Festival de Cine de Venecia. En 1981 hizo Lola y Veronika Voss. En 1982, Fassbinder interpreta a Kamikaze 1989 dirigida por Wolf Gremm y luego realiza Querelle de Brest, que será su última película. La obra suscita polémica por el tema de la homosexualidad y circula en Italia solo en versión censurada.
En mayo de 1982 participó como “entrevistado” en el documental Chambre 666, dirigido por Wim Wenders, una serie de esclarecedoras declaraciones de prestigiosos directores como Antonioni, Herzog, Godard y Spielberg, sobre el tema “¿Adónde irá el cine?”. Será el último testimonio artístico de Rainer Werner Fassbinder, que un mes después, el 10 de junio, falleció a causa de una sobredosis de cocaína agravada por somníferos en su casa de Múnich, con tan solo 37 años.