Cuando se visita Milán, no se puede dejar de conocer la obra más importante de Leonardo Da Vinci. Las claves de lectura para entender este maravilloso “capolavoro” renacentista que no pierde vigencia.
La Última Cena de Leonardo Da Vinci está estrechamente conectada a la historia de Santa María de la Gracia, la iglesia donde el fresco fue creado. Esta iglesia va a comenzar a ser levantada en 1460 por un grupo de frailes dominicanos que no tenía ninguna iglesia en el territorio milanés.
Gaspari dei Mercanti, un militar al servicio de los duques de la ciudad, la familia Sforza, decide donar a los frailes un terreno que era de su propiedad donde existía una pequeña capilla hecha de madera, en cuyo centro se encontraba una obra donde estaba representada la Virgen de la Gracia, una obra de origen desconocido.
Son llamados los hermanos Solari, dos arquitectos que se ocuparán de la construcción de esta iglesia bajo el canon artístico de la época: el gótico lombardo. Una fachada a dos aguas, ventanas de arco en punta y por supuesto, el uso del ladrillo de arcilla, el elemento característico de este estilo.
Pero a finales del siglo XV, los aires van a empezar a cambiar en Milán, una ciudad estado bastante cerrada a las nuevas ideas que comenzaban a circular en el centro de Italia: el Renacimiento. Es de la mano de Ludovico el Moro, el nuevo duque de la ciudad, que estas ideas tendrán aceptación en el territorio lombardo.
El Moro era un señor que quería mostrar a todos su riqueza y su conocimiento, más acorde a los nuevos tiempos. Será él quien decide convocar a dos personajes, Leonardo Da Vinci y Donato Bramante, para que se ocupen de adecuar esta vieja iglesia gótica, a las exigencias de los nuevos tiempos. A Leonardo le pedirá una intervención pictórica en el refectorio, justo allí donde los monjes comían; al Bramante le pedirá una modificación arquitectónica para convertir su iglesia preferida, en su mausoleo privado.
Dos iglesias
Bramante destruirá completamente la parte de atrás de la iglesia y hará un proyecto nuevo pero basado en los ideales del Renacimiento y con materiales diferentes. Ya no utilizará ladrillos a la vista sino que se pondrá mármol y toda una serie de decoraciones que nos remitirán a la época greca y romana; pondrá bustos representados de perfil como la imagen de los emperadores de la época romana y hasta candelabros.
Esta doble intervención que tendrá la iglesia es muy fácil de ver, tanto en su interior como en la fachada. Santa María de la Gracia está hecha de dos iglesias; dos tercios de la iglesia son de la época gótica, y el último tercio, con gusto renacentista.
Leonardo y la cena
Da Vinci es llamado para decorar lo que era la sala del comedor de los frailes, y Leonardo hizo la cosa más simple que podía hacer, quizás la única cosa banal que ha hecho en su vida: representar personas que comen en una sala donde realmente las personas comen.
La obra del Cenacolo no es una obra innovativa. Muchísimos artistas antes de Leonardo habían tratado la misma temática, sobre todo en una época donde las pinturas tenían un propósito educativo, de lectura. Quien no sabía leer y escribir, -la gran parte de la población-, tenía la necesidad de ver en las paredes de la iglesia, pinturas que pudiesen enseñar y contar la historia de las escrituras.
La Última Cena ha sido siempre representada en el momento donde la figura del traidor es descubierta. A Judas se lo representaba aparte, solitario, en la otra parte de la mesa; era como una suerte de enigma de resolver, como un misterio, un culpable. Así, todos aquellos que miraran la obra, lo reconocían.
Pero Leonardo quería ir más allá de este concepto. Él era una apasionado de estudiar el movimiento del cuerpo en el agua y en el vuelo; de la balística, la mecánica, el sonido y la refracción de los rayos visuales, por lo que va a poner en juego todos estos conocimientos en su pintura.
A partir de esto, comienza a cambiar la configuración de la obra. Su representación se quedará firme en un momento muy preciso, aquel cuando Jesús dice: “Alguno de ustedes me entregará”. Leonardo se detiene en ese momento en que los doce apóstoles escuchan esta frase y nos devuelve la reacción de cada uno de ellos. Según el carácter, la edad, la proveniencia social y la posición en la mesa, cada uno de los apóstoles reaccionaron: su movimiento de cabeza, los brazos, las piernas, las expresiones de la cara y la transmisión de sus sentimientos: Leonardo logra captar la esencia humana de cada uno de ellos con un novedoso concepto para la época: la concepción de veracidad.
Esta es una testimonianza de cómo la búsqueda de Leonardo se impone a todo; él no se basó ni en las leyendas ni en los mitos, él hizo investigaciones históricas, geográficas y sociales. Por eso, sus personajes no reaccionan casualmente, sino como lo que realmente son. Es la Última Cena, una obra que se apoya en una investigación de datos reales.
Jesús y los 12 apóstoles
¿Qué ha hecho Leonardo? Ha puesto a Jesús en posición central, y si se une su cabeza con sus manos se encuentra una forma triangular, que es la forma del ojo divino, de la trinidad. Los apóstoles también están divididos en grupos de tres. Si se unen las cabezas de los apóstoles de cada grupo de 3, forman otra vez más triángulos. Una simbología muy rica aparece a primera vista en la obra de Leonardo.
Pero volvamos a Jesús, él tiene los labios semiabiertos, él ha apenas terminado de hablar. Según el Evangelio de Mateo en el Nuevo Testamento, la escena fue la siguiente:
La última cena
17 El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
—¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?
18 Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». 19 Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
20 Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. 21 Mientras comían, les dijo:
—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.
22 Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle:
—¿Acaso seré yo, Señor?
23 —El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar —respondió Jesús—. 24 A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
25 —¿Acaso seré yo, Rabí? —le dijo Judas, el que lo iba a traicionar.
—Tú lo has dicho —le contestó Jesús.
26 Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles:
—Tomen y coman; esto es mi cuerpo.
27 Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles:
—Beban de ella todos ustedes. 28 Esto es mi sangre del pacto,[a] que es derramada por muchos para el perdón de pecados. 29 Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
30 Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos.
¿Cómo reaccionan los apóstoles? El primero sobre la izquierda es Bartolomé y el último de la derecha es Simón. Bartolomé y Simón son los que están más alejados a la figura de Jesús, por lo tanto son los que escuchan menos.
Bartolomé era el apóstol más rico de todos, y está prefigurado con vestidos amplios y elegantes. ¿Qué hace? Se pone de pie y busca de acercarse a la figura de Jesús, como si estuviera convencido de no haber escuchado bien, de haber percibido mal.
Simón, en la parte opuesta, hace exactamente la misma cosa pero como es el más anciano de todos, en vez de alzarse se queda sentado. Tiene poca energía, es viejo y simplemente extiende su mano para llamar a un apóstol vecino y preguntar qué cosa ha dicho Jesús.
Después de Bartolomé está Santiago el Menor y luego Andrés. Andrés es el que levanta las manos, abiertas, como diciendo que él no ha hecho nada. Que él seguramente no es el culpable, él no se siente responsable de nada.
Un aspecto muy interesante es que en La Última Cena, fueron representados todos los personajes de la humanidad: el que se asume toda la culpa, el que sabe que no es culpable, el que tiene dudas, el que tiene miedo de ser culpable. Leonardo representa la tipología de la humanidad, de todos los modos de sentir del hombre.
El segundo grupo de tres apóstoles es el más famoso, porque está Judas Iscariote, Pedro y Juan. Juan es quien está sentado a la izquierda de Jesús. Es el apóstol más joven y el que tenía una relación de mayor afecto con Jesús y siempre es representado muy cerca de Jesús. Por lo general, apoya la cabeza en la espalda de Jesús, pero esta vez, Leonardo lo separa de una forma triangular, otra vez la trinidad.
Juan, es el único que tiene la misma actitud que Jesús; el único que una vez escuchadas las palabras de Jesús cierra los ojos, está quieto y no hace nada. Es como que fuera el único en un estado de meditación, de rezo. Mientras todos se agitan y se mueven, se preocupan, él se queda quieto, consigo mismo.
A la izquierda de Juan está Pedro, que es bastante anciano, tiene el pelo y la barba blanca, y es el más violento de todos. Es quien, cuando Jesús es arrestado, le corta una oreja al soldado que intenta llevárselo. Para representar esta característica de su personalidad, Leonardo lo dibuja sosteniendo un cuchillo.
El brazo parece estar en una posición muy incómoda, como si él a penas sentidas las palabras de Jesús no hace en tiempo a acomodarse y se tira para delante para defenderlo.
Adelante de Pedro, está la figura de Judas Iscariote, y Judas, como siempre sucede en los frescos pictóricos, es reconocible por el color oscuro de su piel. Judas es feo, tiene un mentón muy largo y es el único que se tira para atrás, como si quisiera desaparecer además de ser el único que está en la sombra, mientras todos los demás están en la luz.
El traidor tiene la mano izquierda que va hacia un plato, el mismo plato donde va la mano derecha de Cristo, tal como lo dicen las escrituras: “El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar”.
Por las condiciones en que se encuentra la obra se ve muy poco, pero en la otra mano de Judas, se ve el famoso saco con monedas que él ha recibido como premio por haber declarado quién era la figura de Jesús.
Luego de ellos, está la figura de Jesús, de la cual ya hemos hablado. Jesús, con mucha simbología con una mano indica el pan, con la otra el vino, representando la idea del cuerpo y de la sangre de Cristo, la eucaristía.
El tercer grupo de apóstoles sobre la derecha encuentra a Tomás, Santiago el mayor y Felipe. Tomás es quien levanta el dedo hacia el cielo. Él en varias ocasiones había dicho: ‘Si yo no toco, no creo’, por lo que Leonardo lo retrata como si él dijera ‘hasta que no sea realmente esta traición, yo esta historia no la quiero creer’.
Después de Tomás, viene Santiago el Mayor, que tiene un vestido que alguna vez fue verde. Su pensamiento es el de un altruista. Él piensa: “Si entre nosotros hay un traidor, voy a impedir que puede acercarse a Jesús”. Es por eso que alarga sus brazos de esa manera. Santiago es como si fuera un guardián, como si quisiera defender y alejar a todos los demás de la figura de Jesús.
Luego sigue Felipe, quien se mete las manos en el pecho, con una cara de dolor y sufrimiento; él teme de ser el culpable. Es todo lo contrario de Andrés; él tiene dudas, y la duda lo devora por dentro.
El último grupo es el de Mateo, Tadeo y Simón, de quien ya hemos hablado. Mateo y Tadeo, con la apertura de los brazos indican a Simón lo que ha dicho Cristo. Todos estos brazos que se mueven, que se agitan adelante, atrás, arriba, son seguramente los movimientos que sirven para contar alguna cosa.
La perspectiva
Este recurso de pintar a personas en movimiento fue una de las grandes adquisiciones de los pintores del Renacimiento, que junto al concepto de la perspectiva, daban a un espacio prefigurado, la sensación de real y concreto, es una forma de lograr que una habitación por ejemplo, parezca medible.
Leonardo utilizará dos tipos de perspectiva: La científica, que es aquella realizada con los números, con la escuadra. Esta habitación es una habitación verdadera, es como si fuera una prolongación del refectorio de los frailes. Los personajes son grandes una vez y media las personas reales.
Y la otra perspectiva es la Aérea, o también llamada perspectiva Leonardesca. Detrás de Jesús hay tres ventanas, otra vez el número de la trinidad y allí puede verse con claridad este efecto. En una concepción que para nosotros es muy normal, las montañas más cercanas son densas de color, son oscuras, en cambio las montañas más lejanas, como el cielo, son claras y se ven poco. Este efecto que para nosotros es muy fácil de apreciar, fue para la época todo un descubrimiento. Leonardo medía la densidad del aire y en base a ello definía la distancia de las cosas. Esa sensación de profundidad va a ser incorporada por el genio en todos sus trabajos.
La perspectiva científica puede verse además en el suelo, en las líneas de la mesa, en los tapices, en el techo artesonado; y la perspectiva aérea, hecha de luces y de colores, se ve en las ventanas.
La habitación
La mesa contiene platos de pescado, de carne, está el pan, los recipientes con agua, el vino y los vasos. Es una mesa ligeramente inclinada hacia nosotros, de otra manera no podríamos ver todo lo que está sobre ella.
La Última Cena, en realidad era el festejo de la Pascua Hebrea, y Leonardo no dejó pasar ese detalle por alto: al mantel que cubre la mesa pueden verse los pliegues, algo que nos indica que el mismo pasaba el resto del año guardado y doblado.
A la espalda de los apóstoles hay, sobre la pared izquierda y sobre la derecha, los tapices que servían ya sea como elemento de decoración como de protección atmosférica.
Arriba del fresco de La Última Cena se ven tres lunetas. En la luneta central están unas letras que dicen LU – BE. Son en referencia a Ludovico el Moro y Beatriz de Este, su mujer. El duque de Milán esperaba que este lugar pudiera ser el mausoleo donde sus restos descansaran para siempre, algo que no ocurrió. Tras el acecho de los franceses al ducado, Ludovico permaneció secuestrado en Francia hasta su muerte.
El refectorio, durante los cuatro años que tardó Leonardo en realizar la obra (del 1494 al 1498), permaneció cerrado a los frailes, generando mucho malestar entre los mismos ya que efectivamente ellos utilizaban este espacio para sus comidas. Interminables reclamos recibió el duque de Milán en relación a las tardanzas del pintor. Leonardo empeñó tanto tiempo en la realización de la obra por la simple razón de que para cada detalle y para cada decisión, él llevaba a cabo una minuciosa investigación para determinar la veracidad de la acción.
Cuenta la leyenda que incluso se lo veía caminando por los mercados de la zona, buscando inspiración para una nariz de tal apóstol, o una postura de un brazo para tal otro. Registros de los diarios de los frailes cuentan, por ejemplo, que el maestro aparecía en la obra luego de una semana de ausencia, se subía al andamio, daba una pincelada, y volvía a desaparecer por otra semana. Es entendible entonces la indignación de estos monjes, quienes sólo tenían un pensamiento concreto: poder comer en ese lugar.
Y esto se relaciona también con el hecho de que ya no puedan verse los pies de Cristo. Justo atrás de la obra se encontraban las cocinas del convento, por lo que para servir la comida, los frailes debían dar una vuelta muy larga hasta llegar al comedor. En cierto punto, se tomó la decisión de abrir una puerta en esa pared, justamente para achicar el camino a la sala comedor, perdiéndose para siempre los pies de Jesús.
En el muro de enfrente al Cenacolo puede verse un gran fresco de Donato Montorfano llamado “La Crucificción”. Es una escena rica en detalles, de personajes y colores, por la cual el artista tardó solamente un año en terminarla. Montorfano era un artista local proveniente de una familia de artistas: su abuelo había trabajado en la Fábrica del Duomo, quien debió luchar contra todos los prejuicios que significó que un extranjero como Da Vinci, se permitiera tardar cuatro veces más de tiempo en una obra donde solamente se reflejaban 13 personajes, mientras que él, en muy poco tiempo, había concluído un fresco con una narrativa muy fuerte. Seguramente, si la obra de Leonardo no existiera, hoy el público estaría visitando este fresco y no el otro.
Una técnica inapropiada
El hecho que detrás de estos muros estaban las cocinas provocó que la pared tuviera mucha humedad haciéndola muy difícil de tratar pictóricamente. Pese a ello, Leonardo conscientemente decide no utilizar la técnica del fresco para la realización de su obra. Esta técnica era la más utilizada para este tipo de trabajos, pero comportaba que se pintara sobre una pared fresca, es decir, con el muro apenas terminado. De esta manera, cuando la pared se seca, envuelve la pintura generando una efecto de mayor resistencia con el paso del tiempo.
Pero Leonardo, sumido en sus interminables investigaciones y cambios de opinión, nunca quedaba satisfecho con la primera solución. Él tenía la imperiosa necesidad de corregir, especular, buscar y cambiar. La técnica del fresco imponía una realización final sin posibilidad de revisiones duraderas, al máximo, se podían hacer sobre la superficie del muro y se habría visto la diferencia.
El artista entonces decide utilizar una técnica mixta, técnica que en la época se utilizaba poquísimo. En el pasado los artistas o usaban el óleo o usaban la tempera, pero no una técnica mixta. Leonardo une una base de témpera al huevo con algunos puntos de pintura al óleo cuando había necesidad de luz. Esta elección, hace que pocos años después de que la obra estuviera terminada el color comenzara a salirse.
Él sabía bien lo que sucedería pero fue más importante hacer su experimento al máximo nivel, pudiendo continuamente corregir e intervenir la obra cuando lo considerara necesario. Este problema de la pared húmeda y de la técnica que él utiliza, puede verse fácilmente en los vestidos.
Si se mira los vestidos de Judas, el mantel de Jesús o el vestido de Santiago el Mayor, se entiende que la cantidad del color original es poquísima. Nosotros solamente tenemos un recuerdo de lo que eran los colores de esa época, no obstante sea luminosa y muy emocionante, es una visión reducida, absolutamente parcial respecto a lo que había hecho Leonardo.
Restauraciones y bombardeos
La pintura nos ha llegado deformada y alterada, no sólo a causa del tiempo, sino por las restauraciones y las pérdidas producto de la guerra. Se han realizado un total de 10 restauraciones, la primera de ellas en el 1726 y la última, en el 1976, la cual ha durado 20 años.
Las restauraciones del Siglo XVIII alteraron profundamente los rostros de los apóstoles y sus expresiones, cancelado el calibradísimo juego de luces y sombras que hoy la pintura ha recuperado, parcialmente.
La última restauración, realizada por la genial Pinin Brambilla Barcilon, se realizó siguiendo procesos científicos y técnico químicos, además del utilizo de la fotografía. El objetivo era restituir lo que quedaba de la pintura original de Leonardo, eliminando añadidos y retoques, tanto antiguos como modernos.
El dia de Ferroagosto de 1943 la ciudad de Milán va a recibir un fuerte bombardeo por parte de los aliados en el marco de la II Guerra Mundial, y la iglesia de Santa María delle Grazie se va a ver seriamente afectada por una de las bombas. Milagrosamente la Última Cena y la obra de Montorfano se salvaron gracias a los sacos de arenas puestos por los monjes para proteger la obra aunque sufrieron algunas averías.
La Última Cena en alta definición
En el sitio web del Cenacolo Vinciano se puede ver la obra de Leonardo en alta definición. No te pierdas hasta la más mínima pincelada en este link.
Puedes ver entradas para la Última Cena Milán en este enlace.