Las dos primeras semanas del lockdown más grande que vivió Italia. Cronología de una crisis que cambiará nuestra manera de vivir.
En los últimos 14 días salí tres veces de casa: fui al supermercado dos veces y una vez saqué la basura. Los días comienzan a confundirse cuando estás en cuarentena, primero no hay distinción entre los días de la semana y los fines de semana, luego desaparecen los horarios; desaparecen también los compromisos, el trabajo, las reuniones con amigos, la vida en la ciudad. Desaparece el ruido de los autos y desde hace una semana el paso de los aviones. Estoy encerrada en mi departamento, el cual está encerrado a su vez en una ciudad encerrada.
Hace exactamente un mes que empecé a escribir un diario, donde registro el paso de los días con datos, porcentajes, decretos y situaciones varias. El diario arranca el 20 de febrero, el día en que se detecta el primer caso en Italia, en la hoy mundialmente conocida ciudad de Codogno. Ese día todos conocimos al Paciente 1, y lo único que sabíamos de él es que tenía 38 años, como yo.
Recién llegada de mis vacaciones en el Alto Valle, donde un verano dorado en la chacra me había cargo de energías para afrontar el duro invierno del norte de la península, el virus más letal del siglo me esperaba para imponerme un cambio rotundo de vida.
El 22 de febrero, los contagiados de Coronavirus eran 15 y el gobierno italiano decide decretar una “zona roja” en 11 ciudades cercanas a Codogno, a 40 km. de Milán. Se cierran también los museos y en las escuelas. Tres días después, el gobierno extiende medidas para todas las regiones del norte: todo debe cerrar a las 18 horas; se “recomienda” a la gente de no salir si no es necesario.
El 1 de marzo, los muertos sumaban 100 y los contagiados 1700. El gobierno decidió cerrar -ahora sí-, todas las escuelas del país. Se cierran cines y teatros, y museos, que en el medio de esa semana de “recomendaciones”, habían vuelto a abrirse. El respeto de la distancia de seguridad comienza a tomar forma, y hay bares que separan las mesas para cumplir con la medida.
Durante los días que siguieron, Italia comienza de a poco a paralizarse, como cuando nos dan una noticia que no esperamos y no logramos reaccionar emocionalmente y buscamos un lugar para sentarnos. Algunos políticos decían de no salir, otros de no parar, algunas personas opinaban que era un complot, otras ya tenían terror, otras simplemente estábamos expectantes. La primavera empezaba a asomarse con jornadas cálidas y todos queríamos un pedacito de parque para nosotros. Los casos aumentaban pero la vida seguía.
El sábado 7 de marzo, después de cenar, la noticia de un decreto de cuarentena en la región se filtró a la prensa y miles de personas corrieron a la estación del tren para salir de la ciudad antes que fuera demasiado tarde. ¿Cómo es que se filtra a la prensa algo tan delicado para la seguridad nacional? La prensa dijo que lo envió la Región Lombardía, gobernada por un partido de derecha, oposición de la coalición gobernante en Roma de centro izquierda. Como en una película apocalíptica, el Premier italiano debió salir en cadena nacional -por Facebook- a la 1 de la mañana, anunciando que la medida se hacía efectiva. La confusión reinó, y el domingo, todos asaltaron los supermercados y las mujeres no marchamos, como así tampoco el lunes 9. Ese día se rompía un nuevo récord: más de 9 mil contagios, 1600 en un sólo día. El martes 10 la curva de contagios bajó, y todos suspiramos, pero el miércoles 11 se volvió a disparar con violencia: 12 mil 500 personas contagiadas y más de 800 muertos. Esa noche, el primer ministro anunciaba la cuarentena para todo el país y el endurecimiento de las medidas.
A partir de ese momento la curva de contagios sube y sube, igual que la de los fallecidos, que en algunas ciudades vecinas ha saturado hospitales, cementerios y funerarias. El decreto cuarentena “Yo me quedo en casa” nos hizo perder a casi todos los ciudadanos el contacto con el espacio público. Ahora hacemos colas para ir al supermercado o la farmacia, no vemos a nuestros familiares y amigos, y escuchamos exhortos las noticias que día tras día, giorno tra giorno, parecen boletines de guerra.
Se construyen hospitales de campaña, camiones militares transportan ataúdes hacia otras ciudades y la policía vigila las calles. Afuera hay una batalla dura, contra la falta de camas en terapia intensiva, contra los médicos que se contagian por falta de material sanitario, contra una economía que se derrumba a nuestro alrededor con todos nosotros adentro.
El miércoles 17 cumplí mi primera semana de cuarentena total, y el contagio había tomado cifras absurdas: más de 26 mil. Bajaron los niveles de contaminación del aire en la ciudad y también los ruidos; la gente está tranquila en sus casas y todos los días a las seis, canta, baila y aplaude en el balcón. Surgen apps para encontrarnos, llamarnos, entretenernos, y se siente en el aire los mails y los clics de todo un país encerrado pero on line.
El fin de semana del equinoccio de primavera, ya habían advertido los expertos, sería el peor. Asusta el aumento de contagios en la gran urbe y todos llaman a resistir “la batalla de Milán”. Muchos términos de guerra en la dialéctica de los dirigentes. Italia en 3 días supera todos los récords y los nervios sobrevuelan la ciudad. Se ven los Alpes desde mi balcón, pero no puedo tocarlos. Llega el ejército a reforzar a la policía, hay controles por todos lados. Se prohíbe salir a caminar, a pasear el perro y a hacer deporte. Otra vez sábado a la noche, otra vez el primer ministro en vivo por Facebook: 53.578 contagiados, 4.825 muertos. Uno de cada diez contagiados, es médico. Edad promedio de enfermos: 63 años. Edad promedio de muertos: 80. El premier anuncia que se detiene toda la actividad productiva no esencial del país. Afuera la noche, no vuela ni una mosca.
Tenemos los horarios cambiados, el término viral volvió a su concepción primera y ya no nos recuerda un video gracioso de Internet. El virus nos mostró que somos vulnerables, que estamos obligados a aceptar lo imprevisible, nos hizo reflexionar. “Ningún hombre es una isla”, dijo John Donne.
La peste negra del S. XIV, una de las más devastadoras de la historia de la humanidad aceleró el fin del feudalismo tras la muerte de miles de campesinos; la gripe española del 1918 y el conflicto de la I Guerra Mundial, propiciaron la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, sustituyendo a los hombres en las fábricas así como el nacimiento del concepto de la salud pública universal.
El Coronavirus por ahora no nos deja tiempo a las moralejas. Todos estamos de acuerdo con que el modo de vida que llevamos no nos hace felices, ni a los otros, ni al planeta. El mundo nos paró en seco, y ahora estamos en shock, semi paralizados, como cuando nos dan una mala noticia.
Con suerte me quedan dos semanas de cuarentena si todo mejora. Pienso en la cantidad de divorcios que vendrán cuando esto termine y el pico de nacimientos que tendrá el próximo mes de enero a nivel global. Pienso en las nuevas formas de escolaridad que nacerán y del valor que le daremos a los besos, los abrazos y las caminatas en el parque.
Cuánto aprenderemos de la responsabilidad de hacer el bien común y de esos valores de solidaridad que tenían nuestros abuelos, olvidados por el sistema financiero depredador en el que nos encontramos. Pienso que cuando me suba a ese avión para volar hacia mi chacra, el mundo irremediablemente será otro.